
Belerofonte, que era príncipe de Corintio, pasó la noche en un templo de Atenea siguiendo el consejo de un adivino y ésta se le presentó de madrugada con una brida de oro indicándole que con ella podría atrapar a Pegaso, como así fue. El manso Pegaso se convirtió en una gran ayuda para Belerofonte que lo empleó en sus muchas aventuras contra las Amazonas y la Quimera, monstruo horrendo. Una vez, sin embargo, el henchido de orgullo Belerofonte intentó subir hasta el Olimpo, y allí, Pegaso, que no quería acercarse a los dioses, lo dejó caer, mientras Belerofonte vagaba sin rumbo por el mundo, rechazado por los dioses. Desde entonces, Pegaso se quedó en los establos del Olimpo y se convirtió en el medio de transporte del trueno y el rayo de Zeus.