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Channel: Seres Mitológicos y de la Noche - El Mundo de la Fantasía
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El Encanto del Olimpo. La Morada de los Dioses Griegos

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La alabanza de algunos lugares, cargados de seducción y embeleso, no cesa. Una y otra vez renacen en la historia; mas ninguno igualará al Olimpo, la gran montaña enclavada en los confines de macizos y cordilleras inaccesibles y recónditos.

Además del Olimpo de Tesalia -cuya cima se hallaba a tres mil metros de altura. por lo que siempre se encontraba cubierto de nieve, "el nevado Olimpo" y oculto por las nubes-, en Grecia, acotado por cadenas montañosas como la de Ossa, y por profundas gargantas como la de Selemvria, había también otros lugares que se asociaban con la fantástica morada de las deidades poderosas. El primero de estos sitios se hallaba a la vera del terso lago de Apolonia, en la región de Misia. El segundo en Chipre, el tercero en Elide y, finalmente, en cuarto lugar se ha mencionado a la idílica tierra de la Arcadia. La altura de todos los montes reseñados era superior a dos mil metros y, para llegar a sus escarpadas crestas, los dioses se "remontaban por los aires hasta alcanzar las alturas del Olimpo".

El Olimpo, no obstante, se constituye en la primera "utopía" (vocablo que literalmente significa "no hay lugar") de todos los tiempos:
  • En el pórtico del Olimpo se sientan los dioses para celebrar consejo. Un aura dorada los envuelve y protege, pues "la Aurora de azafranados velos se esparcía ya por toda la tierra cuando Zeus, amo del trueno, reunió la asamblea de dioses en la más alta de las cumbres del Olimpo".
  • "Ayer fue Zeus al Océano, al país de los probos etíopes, para asistir a un banquete, y todos los dioses le siguieron. De aquí a doce días volverá al Olimpo". Y es que siempre se retorna al Olimpo, pues sólo allí se encuentra la serenidad después de la excitación, la calma después de la tormenta...
  • En el Olimpo se encuentra el lecho del grande y poderoso Zeus. Oigamos lo que nos dice el cantor Homero al respecto: "Más cuando la fúlgida luz del sol llegó al ocaso, los dioses fueron a recogerse a sus respectivos palacios que había construido Hefebesto, el ilustre cojo de ambos pies, con sabia inteligencia. Zeus Olímpico, fulminador, se encaminó al lecho donde acostumbraba dormir cuando el dulce sueño le vencía. Subió y acóstese: y a su lado descansó Juno, la de áureo trono".
  • El Olimpo es también el lugar ideal para saborear el exquisito manjar.
  • la ambrosía- y el dulce néctar -licor delicioso- que, consumidos por los dioses, hacen que éstos se mantengan eternamente jóvenes. El propio Hefesto, en ocasiones, se encargar de llenar las cráteras o grandes ánforas, y servir "el dulce néctar" a las demás deidades: "Hefesto se puso a escanciar dulce néctar para las otras deidades, sacándolo de la crátera, y una risa inextinguible se alzó entre los bienaventurados dioses al ver con qué afán les servía en el palacio".
  • Las jóvenes ninfas acuden al Olimpo para suplicar al gran Zeus. También los humanos recaban ayuda de los dioses del Olimpo y solicitan su ayuda, pues desde allí se decide la suerte de los hombres. Así, todo se halla sometido a los dioses del Olimpo.
  • El Olimpo se extiende y se ensancha, y llega hasta la región del éter, por encima de los astros visibles, con lo cual nada podrán ya los elementos, ni subirá la Aurora para anunciar el día a los dioses, ni existirá frontera ninguna que acote la mansión de las deidades. En el verso 412 del canto II de "La Ilíada" podemos leer lo siguiente: "!Zeus poderosísimo, que amontonas las sombrías nubes y vives en el éter!".

Morada de Dioses

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En el Olimpo tienen los dioses sus palacios majestuosos y sus mansiones suntuosas. De entre todas las edificaciones destaca, por su grandiosidad, el hermoso palacio del gran Zeus, padre de los dioses y de los humanos. Había sido construido por Hefesto, el dios del fuego, y ocupaba un lugar privilegiado.

También otras deidades, que moraban en los picachos y crestas del Olimpo, tenían palacios en tan idílico lugar.

El Olimpo era, por lo demás, el sitio apropiado para que las asambleas de los dioses se llevaran a cabo con la presencia de las deidades superiores y de segundo orden. La falda del Olimpo estaba ocupada por efebos, ninfas, héroes y musas.

En el Olimpo no sólo deliberan los dioses, sino que también se divierten y entretienen. El espléndido palacio de Zeus los acoge, en ocasiones, para comer en comunidad. Hebe -la diosa de la juventud- les servirá el suave licor o néctar, pues tal es la misión que su padre Zeus le ha encomendado. Más, un día fatídico, la hermosa Hebe no puede con el jarro atestado de líquido y se le resbala de sus finas y delicadas manos, rompiéndose en mil pedazos. Este contratiempo traerá consigo la expulsión de Hebe, por parte de Zeus, en presencia de los demás dioses. A partir de ahora un bello muchacho la sustituirá; se trata del joven efebo Ganimedes, conocido como "el copero de los dioses", y el más bello de los mortales.

Durante sus ágapes y banquetes, los dioses escuchaban la cítara melodiosa de Apolo y las dulces canciones de las nueve musas, las cuales habían llegado al Olimpo en el caballo Pegaso que, merced a sus alas, alcanzaba velocidades de vértigo. En cuanto a Apolo, personifica la claridad y la luz y era hijo de Zeus. Era, después de éste, el más importante de los dioses del Olimpo y preservaba a los mortales de la oscuridad y del crimen.

Apolo siempre llevaba su lira en la mano y, en una ocasión, colocó dos orejas de burro al legendario rey Midas -aquel que había pedido como deseo a los dioses que le concedieran el don de convertir en oro todo lo que tocara; la consecuencia directa fue que tuvo que retractarse, pues de lo contrario se hubiera muerto de hambre, ya que el oro no servía como alimento- porque éste había manifestado que prefería la música de la flauta de otros dioses al sonido armonioso de la lira de Apolo.

Las diferentes deidades, para mantener en lo posible su similitud con los humanos, se encuentran unidos en el Olimpo y forman una comunidad celestial, al frente de la cual se encuentra Zeus, rey de los dioses y padre de los hombres. Los dioses de los océanos y de las aguas deben obediencia a Poseidón y los dioses del mundo subterráneo y de la tierra se encuentran a las órdenes de Hades -dios de las profundidades y de los muertos- al que los mortales no le llamaban por su nombre, cuando desarrollaban ritos en su honor, por miedo a encolerizarlo.

Preferían llamarle Plutón "El Rico", porque todos los metales de la tierra le pertenecían, o Clímeno "El Ilustre"; epíteto o título -este último- que se usaba con la sola intención de adularlo.

Expulsion del Olimpo

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Al igual que la sociedad de los humanos, también la comunidad de los dioses se halla repleta de episodios que conllevan desavenencias e intrigas.

En algunos casos, el castigo impuesto es la prohibición de seguir morando en el Olimpo, como una especie de destierro. Pero existen ocasiones en que sólo la ley del más fuerte prevalecerá y, por lo mismo, se hace necesario el empleo de la fuerza. Un ejemplo de esto último lo constituye el mito de los malos vientos, muy especialmente el personificado por el monstruo Tifón que, según las leyendas, nació a ras de las fuertes desavenencias y discusiones, habidas en el Olimpo, entre Zeus y su esposa Hera, considerada como la reina del Olimpo.

Esta se enfureció tanto a causa de la burla de que era objeto por parte de Zeus - que siempre buscaba otros amores- que, en un arrebato de celos, engendró al monstruo. Su cuerpo es tan gigantesco que ningún humano, ni hijo de la tierra, le iguala en talla.

Tifón, además, pegaba con su cabeza en las estrellas, y su voluminosa figura era superior a los más grandes montes. Si extendía sus extremidades superiores, con una mano llegaba hasta oriente y con otra hasta occidente. Sus dedos y sus piernas estaban compuestos por cabezas de serpientes y víboras. Su cuerpo era alado y por sus ojos despedía fuego.

Tifón infundía tanto miedo que todos los dioses huían al verle; sólo el poderoso Zeus se atrevía a enfrentarse con él. Le hirió con sus rayos y con su garfio de acero pero, sin embargo, no consiguió abatirle por completo. El monstruo Tifón, por su parte, consiguió infligir un duro golpe a Zeus, al cortarle sus tendones. Los ocultó en una piel de oso y encargó su custodia al dragón Delfine, mientras el propio Tifón se encargaba de encerrar en una cueva de la región de Cilicia al dios Zeus.

Pero Hermes -que, como ya sabemos, se daba muy buena maña para robar-, en compañía de Pan -dios de los rebaños y que recorría los montes de forma veloz, sin tener necesidad de descanso-, recuperó los tendones. Ambos lograron colocarlos de nuevo en el cuerpo del divino Zeus y, al punto, éste recobró toda su fuerza y persiguió a Tifón hasta conseguir vencerlo por completo. Lo sepultó debajo del volcán Etna y, según cuentan los relatores de mitos, desde entonces cada vez que aquél entra en erupción es como si el monstruo Tifón vomitara fuego y azufre.

Un ejemplo de expulsión del Olimpo lo encontramos en la leyenda de Ate, deidad de la discordia; ésta habría conseguido, por medio de intrigas, que Hera lograra engañar a Zeus evitando, así, que el trono de Argos fuera para Heracles (Hércules), el más grande de los héroes de entonces. Más, cuando el embuste fue descubierto por el padre de los dioses y de los hombres, la cólera se apoderó de él y expulsó, con malos modos, del Olimpo, a la malévola Ate. Desde entonces, anda errante por los lugares de los humanos y se la conoce como inspiradora del daño y el mal.

El Parnaso

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Existen otros lugares que han servido a los dioses de refugio y que aparecen cargados de leyendas.

Algunos dioses se caracterizaban por una febril actividad y, cuando llegaba la estación estival, se encargaban de repartir calor y luz por doquier. Tal era el caso de Apolo -dios de la medicina, de la poesía y de la música, protector de los campos y de los pastores y sus rebaños- que vivía en las altas cumbres del Parnaso, en compañía de las Musas. Se ocupaba de enseñarles el arte de la adivinación en lo cual estaba muy ducho. Se dice que leía el futuro y, por ello, se le encargó confeccionar las respuestas del Oráculo de Delfos.

El Parnaso se encontraba en un monte extenso de la región de la Fócida. Al comienzo de la primavera era atravesado por un torrente de agua, que corría hasta el anfiteatro de Delfos y se introducía en los verdes valles de Plastos, hasta inundarlos.

La escarpada cumbre del Parnaso, según cuentan las leyendas, sirvió de refugio a los hijos de Prometeo, los cuales se salvaron de morir ahogados cuando Zeus decidió acabar con los humanos por medio de la lluvia. Pero las aguas no anegaron el Parnaso y, por lo mismo, la especie humana no sucumbió.

En la falda del monte Parnaso se encontraba la fuente de Castalia, cuyas aguas tenían la propiedad de inspirar a quienes allí bebieran. Por todo esto, era un lugar visitado a menudo por los poetas en busca de su musa.

Los relatos más antiguos explican que el nombre de Castalia lo ha recibido la fuente en memoria de una joven de Delfos. Como ésta fuera perseguida por el enamoradizo Apolo, y no teniendo intención de ceder a las pretensiones del mujeriego dios, prefirió tirarse al agua y así perecer ahogada.

Bajo los Campos Eliseos

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Campos Elíseos es una de las denominaciones que recibe la sección paradisíaca del Inframundo (el Hades, los Infiernos o la Ultratumba); el lugar sagrado donde las "sombras" (almas inmortales) de los hombres virtuosos y los guerreros heroicos han de pasar la eternidad en una existencia dichosa y feliz, en medio de paisajes verdes y floridos, por contraposición al Tártaro (donde los condenados sufrían eternos tormentos). Otra denominación en la mitología griega para la región de los Campos o Llanuras Eliseanas es la de islas Afortunadas o de los Bienaventurados.Si el Olimpo es el monte sagrado, y representa con su verticalismo hacia lo celeste el sentido de la trascendencia. Si es morada de dioses y musas. Si en sus cumbres -ocultas a los ojos de los humanos- se une el cielo con la tierra. Y si de sus extremos parte la línea vertical que atraviesa el inmenso cosmos. Si es un lugar deseado. Si es centro de reuniones festivas y decisivas, también. Si, en fin, es el sitio idóneo para dar rienda suelta a la imaginación y a la creatividad... No por ello iba a constituirse en lugar único de estancia de musas, héroes y deidades.

Por otra parte, si existía una línea divisoria entre el cielo y la tierra, situada en las alturas, también habría que trazar las fronteras del mundo por abajo. De esta forma, se crea un cosmos perfectamente estructurado en el que los hombres de la antigüedad clásica hallan la necesaria variedad y diversidad de vida y hechos.

De este modo, nacerán los lugares subterráneos y de perdición, aquí serán desterrados quienes se han enfrentado a los dioses del Olimpo.

Estos siniestros lugares se hallaban situados bajo la mansión de los llamados bienaventurados, pues habían salvado sus almas de las graves penas que les hubieran esperado en el Hades.

La mansión que acogía a los buenos, después de su muerte, se llamaba "Los Campos Elíseos". Su extensión era enorme y su terreno estaba formado por verdes prados y por árboles de hoja perenne. Se cultivaba toda clase de frutos en sus fértiles huertos y corría la suave brisa de un viento que Céfiro -la personificación del viento benigno del oeste- enviaba con profusión. Sólo el murmullo de los arroyos serenos y apacibles, y el canto de los pájaros de variados colores, se escuchaba. Todo, en "Los Campos Elíseos", era armonía y calma. Nada, ni nadie, turbaba el merecido descanso de los bienaventurados. En suma, se trataba de un lugar paradisiaco, en el que no tenían sitio ni la vejez, ni la muerte, ni el dolor, ni la ruindad, ni el odio, ni la envidia...

Bajo "Los Campos Elíseos" se hallaban las moradas subterráneas y las tierras oscuras y abisales de la noche: los "infiernos" o el "Tártaro".

Al "Tártaro" eran precipitadas las deidades que desobedecían las órdenes y los mandatos del poderoso Zeus. Su profundidad era tal que, según explica Hesíodo en su obra "Teogonía", un yunque de bronce que arrojáramos desde la tierra tardaría nueve días y nueve noches en entrar en el "Tártaro".

A tan tenebroso lugar fueron a parar los Titanes que se enfrentaron a Zeus. De allí nadie podía escapar, pues se hallaba cerrado con grandes puertas de hierro y acotado por tres enormes muros de bronce.

Además, dos caudalosos e inmundos ríos, que despedían un olor putrefacto, rodeaban al "Tártaro". Para poder llegar al lóbrego y sombrío lugar de muerte y desolación, era necesario atravesar las enfangadas aguas. Para tal menester, se hacía necesario contratar los servicios de un cruel personaje, el barquero Caronte, que exigía a los muertos, aún no sepultados, le pagaran por sus servicios. Si no tenían suficiente dinero, los golpeaba con sus remos y les hacía bajar de su barca, por lo que vagarían de un lado a otro, sin conocer nunca reposo ninguno.

Esta tenebrosa morada subterránea, a la que acudían todos los malvados, permanecía, además, resguardada por un feroz vigilante, el Cancerbero; un enorme perro de tres cabezas que alejaba con sus triples aullidos a todos los vivientes que pretendieran entrar en el "Tártaro" y, al mismo tiempo, impedía que salieran las almas de los condenados.

El "Tártaro", por lo demás, constituía el dominio de Hades (Plutón) -dios de los infiernos, que heredó el mundo subterráneo y gobierna sobre los muertos-, que es temido por el más repugnante y terrible de los dioses.

En el "Tártaro" también se encuentran prisioneros los gigantes que intentaron ofender a la madre de Apolo. Su castigo consistía en contemplar una fuente de aguas cristalinas y un árbol cargado de frutos pero a los que no podían acercarse, a pesar de estar muriéndose de sed y hambre.

También se encuentran en el "Tártaro" las Danaides - hijas de Dánao que mataron a sus maridos -; excepto una de ellas, todas las demás fueron condenadas a los infiernos, en donde se esfuerzan en llenar de agua una barrica sin fondo.

El "Tártaro" estaba repleto de desdicha, remordimientos, enfermedades y miserias.
Allí se encontraban:
  • La Guerra, chorreando sangre.
  • La Miseria, vestida con andrajos.
  • Todos los monstruos imaginables.
  • Quienes habían odiado y maltratado a sus padres o hermanos.
  • Los traidores y mentirosos.
  • Los servidores infieles.
  • Los avarientos.
  • Los gobernantes, reyes y príncipes que habían llevado a sus países a guerras injustas.

Flegeton, Tenaro, Erebo, Orcus y Aqueronte

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Zeus - mitologia griega diosesLos únicos personajes aptos para administrar justicia, por así decirlo, eran Minos -rey de Creta- y su hermano Radamanto, y también Eaco, que gobernaba la isla de Egina.

Había delegado en ellos el dios de los abismos subterráneos, es decir Hades (Plutón), porque gozaban de gran probidad y honradez. Todas las almas de los muertos tenían que comparecer ante el tribunal formado por estos tres yacedores implacables.

Los condenados a los tormentos del Tártaro ya no podrían abandonar tan siniestro e infernal lugar, el cual permanecía amojonado por todos lados no sólo con sólidas fortificaciones y muros, sino también por el caudaloso y profundo río Flegetón que, en lugar de agua, llevaba fuego y cantos de gran tamaño que, al chocar, producían un ruido apocalíptico.

El río que tenían que atravesar las almas de los muertos, siempre que el barquero Caronte estuviere dispuesto a ello, para ser juzgadas en nombre de Hades (Plutón), recibía el nombre de Aqueronte. Sus aguas apestosas eran la personificación de un hijo de Helio (Sol) y de Gea (Tierra), llamado Aqueronte, y al que, según narran todas las leyendas, castigó el poderoso Zeus -lo convirtió en pestilente río subterráneo- porque había dado de beber a los Gigantes cuando éstos luchaban contra aquél para conseguir el dominio del mundo. Como se sabe, la victoria final fue para el gran Zeus.

Otro de los lugares míticos, asociados al Tártaro y a lo infernal, era la roca de la región de Laconia que albergaba, en uno de sus extremos, una escabrosa cavidad de la cual emanaban toda clase de malos y nauseabundos olores. Se creía que en su abisal profundidad estaba el Tártaro y buena prueba de ello era la tufarada vaporosa que salía por la boca de la caverna oscura. Este escabroso peñasco era conocido por todos los habitantes de la citada región con el nombre de Ténaro.

Lo mismo sucedía con el Erebo, a quien se le tenía por hijo del Caos y por personificación de lo tenebroso, de la noche y de lo sombrío.

También el nombre de Orcus (Orco) se asocia, con frecuencia, al Tártaro y a los infiernos. A veces se lo define como una deidad que gobierna en el reino de la muerte. El sentido de la frase "enviar al Orco" significaría mandar a alguien a la tétrica mansión de los muertos.

Dioses y héroes superan a los humanos en belleza, en juventud y en vigor.

Zeus

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Zeus mitologia griegaZeus, ya se ha dicho, fue el tercero de los hijos de Cronos y Rea y el más importante de todos. Ya su nacimiento fue crucial, al estar marcado por la lucha entre la decisión de su madre, de salvarle la vida a toda costa, y la obsesión de su padre por devorarle, para evitar, infructuosamente, la profecía de sus padres, los dioses Urano y Gea, de que sería uno de sus propios hijos quien terminaría por arrebatarle el trono. La sucesión en el reino de los cielos ya había conocido episodios de lucha a muerte entre padres e hijos, a pesar de estar en sus comienzos, en el mismo principio de la mitología. En la segunda generación, el mismo Cronos se había levantado en armas, utilizando la ayuda de sus hermanos rebeldes, los Cíclopes, para derrocar a su padre. Una vez lanzado al combate parricida, llegó la hora de enfrentamiento entre padre e hijo y Cronos no había dudado en humillar al vencido, castrando implacablemente a su padre de un golpe certero con una hoz de pedernal. Naturalmente, el consejo de su padre no cayó en saco roto y Cronos decidió terminar con los hijos que le fuera dando Rea, comiéndose sus cuerpos para estar seguro de que eran ellos los que desaparecían del divino horizonte.

Deglutidos por Cronos Hestia, Deméter y Hera, los tres primeros hijos de la celestial pareja, Rea puso al recién nacido Zeus en manos de su madre Gea y ésta llevó al niño hasta un lugar seguro. Para eludir el acoso de su marido, tomó una piedra, que envolvió como si de un bebé se tratara, entregando el fardo a Cronos. Sin pensarlo dos veces, éste se tragó a la pretendida criatura, pero el ardid no resultó, ya que Cronos siguió, tras haberse dado cuenta de la treta, buscando al hijo que debía devorar por su seguridad, para evitar ser derrocado en el futuro por él.

Zeus en manos de las Ninfas

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NinfasTras pasar por Creta y el monte Egeo, el niño fue entregado a tres ninfas, Adrastea, Amaltea e Io, se hicieron cargo de él y por ellas fue criado. Amaltea se encargó de amamantarlo, personalmente o con ayuda de una cabra, cosa que no queda clara, ya que el mito varia con los tiempos y con los autores, pero sí es seguro que esa maternidad por delegación fue ejemplar, y la prueba está en que a Amaltea, su hijo de leche Zeus siempre la recordó y honró especialmente.

El niño Zeus estaba protegido por las tres ninfas, quienes lo situaron en una cuna pendiente de las ramas de un árbol; tal emplazamiento servía a las mil maravillas para ocultar su presencia, ya que no estando ni en la tierra ni en el cielo ni en las aguas del mar, difícilmente podría dar con él su obcecado padre, que tenía -necesariamente- que hallarlo en alguno de esos tres planos, de acuerdo con la tradición.

Pero no estaban solas las ninfas, les acompañaban otros hijos de Rea, los Curetes, quienes protegían como guerreros la vida del niño y, con el estrépito de sus armas y escudos, evitaban que se filtrase el llanto de la criatura, marcando su presencia en la cueva de Dicte, lo que hubiese dado al traste con todo el complicado plan de seguridad montado por Rea.

Zeus se convierte en rival de Cronos

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Zeus contra CronosCreció el hijo escondido hasta hacerse todo un gentil muchacho; pero no era su programa el de hacerse un hombre por su cuenta, antes tenía que realizar su parte en la tragedia, ese papel tan de dioses y héroes de la leyenda, el de vengador de sus devorados hermanos. Con la ayuda de Rea, el buen mozo entró al servicio del padre, como copero de su confianza; en su copa puso el brebaje preparado para el dios déspota e infanticida y éste vomitó la piedra que fingió su cuerpo, y, tras ella, a sus tres hermanos.

Estaban todos los hermanos resucitados y reunidos y ese era el momento de hacer una alianza para terminar con el poder de Cronos. Zeus debía encabezar la lucha y, puesto que tan bien había librado su batalla, él les conduciría contra el viejo y odiado Cronos, quien nombró al gigante Atlante como jefe de sus huestes. Diez años habría de durar tan singular guerra; diez años en los que no parecía decantarse la victoria hacia ninguno de los bandos enfrentados.

Gea, la Madre Tierra, que ya había sido esencial en la operación de salvamento del niño Zeus, fue quien decidió la suerte final. Comunicó a Zeus la clave estratégica: liberar a Cíclopes y gigantes de su cárcel del Tártaro. Los Cíclopes habían sido prisioneros en el Tártaro, por rebeldía ante Urano y después fueron liberados por Cronos para que lucharan de su lado en la nueva y definitiva batalla contra Urano. Tras ganar el combate, Cronos decidió quitarse del medio a tan poderosos y aguerridos aliados y los volvió a arrojar a la prisión sin esperanza del Tártaro. Zeus, matando a la carcelera Campe, apoderó de las llaves y puso en libertad a los tres Cíclopes, y a los tres gigantes de los cien brazos, pero -además- recibió el regalo del rayo, mientras que su hermano Hades recogía el yelmo de la invisibilidad y Poseidón su tridente. Con el casco puesto, el invisible Hades pudo llegar hasta Cronos, quitarle las armas y esperar a que se acercara Poseidón, amenazador con su tridente. Cuando Cronos trataba de defenderse del amagado ataque de Poseidón, Zeus atacó con el rayo y dio con Cronos por los suelos. A su vez, los tres gigantes de los cien brazos se lanzaron contra los Titanes, y el ejército enemigo se dio a la fuga y el único resistente, Atlas, salvó la vida, pero quedó condenado a sostener el Universo todo sobre sus hombros, por el resto de la eternidad.

El hijo de Cronos se hace con el Poder

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Zeus, Rey de los dioses del OlimpoFinalmente, con el Titán máximo abandonando el cetro en manos de sus hijos, terminada la cruel batalla, como debe toda lucha sin cuartel entre padres e hijos. Se había cumplido la venganza contra el padre cruel, que era el fin buscado inevitablemente por los conjurados hermanos, y Zeus repartió sin vacilar la gloria y el poder con sus hermanos, de manera que a él le quedó el amplio campo de los cielos, mientras que mar y mundo subterráneo pasaban a ser feudos indiscutidos de Poseidón y Hades.

Al dios de los cielos no le apetecía tener el poder total, sino la felicidad máxima, y ahora gobernaba el mundo un triunvirato armonioso, y fraternal, era llegado el momento de las otras páginas de la vida legendaria de Zeus, sus andanzas de hombre atractivo y de dios tan alegre como incansable en sus pasiones.

Ganada la batalla, Zeus deja la guerra

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Zeus descansado de la batallaPero aún es pronto para hablar de los amores de Zeus. Es una parte más larga, al que llegaremos tras tratar de su estampa, del aspecto que nos ha llegado traído por escritores o por representantes de la figura humanizada del dios. Se sabía fuerte y los escritores que le dieron la palabra le hacían vanagloriarse de su fuerza, pero no le preocupaba tanto ser el primero como mantener su libertad por encima de otras consideraciones. A veces se presentaba como la suprema ley, otras se convertía en animal de aspecto pacífico para pasar inadvertido y rematar su hazaña. Es el dios contradictorio, grandioso y humanamente débil, por eso es el primero e indiscutido rey del Olimpo, al que se le perdonan sus desmanes frente a sus mayores o sus múltiples consortes y parientes ascendientes o descendientes, a más de sus correrías con todas las doncellas que se quería ocultar de su divina pasión de amante.

El rostro de Zeus

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El dios ZeusZeus siempre ha sido retratado de un modo favorable, no por casualidad, sino por propios méritos. Es un dios atractivamente simpático, al que resulta fácil adorar y mucho más fácil es comprender que sea querido por los artistas: es un dios encantador, fuerte, pero lleno de debilidades en contraposición a otros muchos de su categoría, pero del grupo que está situado en el lado oscuro del relato, en el eterno papel de personajes temibles, que representaban la ira, el castigo, la muerte o el dolor, Zeus, por el contrario, a pesar de ser un dios del rayo y el trueno, es grande por su poder, pero adorable por su inclinación al amor jugosamente carnal, a la pasión irregular en la duración pero no en la intensidad. Es un ser poderoso y magnífico, pero al que le gusta jugar limpio y en igualdad de condiciones -es un decir- con las más hermosas mortales o con las soberbias compañeras del Olimpo. Cuando cae en un renuncio, Zeus trata de huir de la situación con cierta dignidad y con mucho más humor, y eso tiene que hacerlo repetidamente, a medida que sus egregias esposas descubren la infidelidad y recorren los cielos para tratar de reprenderlo o echarle en cara su comportamiento desleal y hasta grosero cuando tienen que enfurecerse con él por sus gustos tan rastreramente terrenos.

Dios en el cielo y amante infatigable, desvergonzado y tramposo en el suelo, Zeus es una personalidad atractivamente deseable. Con el pincel o el cincel, no cabe la menor duda de que el artista haya querido poner en su figura todo lo que de apetecible tiene su grado y su leyenda.

Tronando en las alturas o amando en Creta, el dios es una admirable forma de poder, la perfecta combinación de rey y amante, algo que los hombres han deseado alcanzar, aunque sólo fuera en parte, a lo largo de los siglos y de los milenios, sin lograrlo, porque es tarea que han pintado especialmente para los dioses, y los dioses han de quedar -por fuerza- lejos del alcance de los logros humanos.

Roma adopta al viejo Zeus

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Los romanos adoran al dios Zeus rebautizado JúpiterCon los romanos en el timón de la historia, Zeus se instaló en el Imperio con el nombre de Júpiter. Para estar a la altura de la imagen hegemónica del latino guerrero victorioso, Zeus se subió a una cuadriga, transformado en un JUPITER conductor de cuatro caballos blancos, los más airosos, poderosos y perfectos del establo celestial. Era ya el hijo del devorador Saturno, el hermano victorioso de la guerra contra el malvado padre y sus cómplices, los Titanes, junto con el Neptuno de los mares y el Plutón de los abismos. Como los romanos eran, sobre todo, prácticos y utilitarios, pusieron a este dios del rayo y el trueno como patrón de los elementos y a él se recurría para asegurarse de que los meteoros no se desbocasen contra los campos imperiales, de modo que la lluvia llegase a tiempo y con la moderación necesaria para el crecimiento mesurado del grano, la fruta y la uva, mientras que el rayo, la nieve o el granizo no se salieran de su calendario, sin poner en peligro el trabajo de los piadosos y afanosos agricultores romanos.

Al igual que Zeus en la Acrópolis, Júpiter era el centro de la vida en su tierra de adopción, presidiendo desde el Foro romano la vida civil y religiosa del más grande imperio jamás habido. Su popularidad era incontestable, tenía todas las notas precisas para ser el primero inter pares, por su galanura y su trayectoria en la Hélade natal. Con los avances de Roma en nuevas tierras, Júpiter fue abrazado para su causa -en legal matrimonio de Estado- a las diosas de primera línea de los países conquistados o aliados y ganando de paso las características más destacadas y todas las mejores virtudes de los dioses asimilados por el creciente poder de la ecléctica máquina política y militar latina. Poco a poco, Júpiter reunió los mayores tesoros físicos y las mejores cualidades de todos los panteones locales, rápida e inteligentemente asimilados por los vencedores que querían, más que vencer, convencer a los nuevos súbditos imperiales, demostrando su aprecio por las religiones del lugar, que quedaban situadas a la altura de su dios primero. Con cada una de esas uniones se incrementa la dote del dios, pero también se iba haciendo más compleja su figura, ya que debía asimilar las costumbres y los lazos familiares de los dioses absorbidos; tal vez por eso, Júpiter redobla su fama de amante, convirtiéndose en el esposo legal o ilegal de tantas diosas, ninfas, o semidivinidades, emparejamientos que no son más que verdaderos matrimonios de Estado para contentar a las parroquias locales de cada dios y mejorar la gobernabilidad del Imperio. Los romanos, prácticos antes que nada, toman a Júpiter como dios y como embajador, y la combinación les resulta más que eficaz.

La vida amorosa de Zeus

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Zeus y HeraZeus, aburrido en su Olimpo eterno, se deja caer sobre doncellas apetecibles, y lo hace con imaginación y alegría, apareciéndose como un cisne enamorado y tierno, como una lluvia de fino oro o como un brioso toro, por no extendernos en demasía. Los hijos habidos de tan raras uniones deben quedar clasificados de manera específica, para separarlos de los legítimos habidos dentro del marco olímpico y legal. Para conocer mejor a Zeus (Júpiter), hemos de establecer con orden sus múltiples relaciones: tendremos que ver su matrimonio con Leto o Letona; otro con Deméter; otro más con Hera, que era también, aparte de esposa, hermana del dios del cielo; más los celebrados con Maya y Dione. Pero no podríamos olvidar los contactos habidos con Io, con Dánae, con Alcmena, con Egina, con Leda, con Europa, con Semele, con Antíope, con Calisto (que era hermosa ninfa, a pesar del equívoco que pueda despertar su nombre entre nosotros), con Climena, con Menalipa, con su hija Afrodita, con Juno, con Eurinome, con Mnemosina, con Ceres, con su otra hermana Temis, etc. En muchas ocasiones, como acabamos de comentar, estas uniones no nacían del deseo del dios, sino de la conveniencia del Estado romano y el dios Júpiter tenía que plegarse a ellas para congraciarse con los nuevos súbditos incorporados al Imperio, aunque ahora vamos a referirnos sólo a los amores clásicos, por así decirlo.

Y, ya que hablamos de matrimonios y/u otras románticas uniones, debemos dar una mínima relación de hijos habidos, legión por numerosos y maraña por complicaciones genealógicas. Zeus (Júpiter) era un dios, por sobre todas las cosas, que tuvo mucho poder y todo el tiempo de la eternidad para enamorarse repetidamente, pero también era hombre desarmado, cuando sus esposas legales le sorprendían en una aventura y tenía que inventar excusas y tratar de salir del paso con la máxima dignidad, si eso era posible, o escabullirse del lío familiar, sin que se le pueda tachar de juego sucio, ya que no se escudaba en su divinidad a la hora, no por habitual menos complicada, de intentar salir airoso del trance doméstico.

El largo historial matrimonial y familiar de Zeus

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Familia del dios ZeusAfrodita: La diosa por excelencia del Olimpo, hija de Urano -de la espuma que surgió de lo que un día fueran atributos viriles del dios, tras la amputación sufrida a manos de Cronos- o hija de Zeus y Dione, en otro mito anterior y menos sangriento que el primero.

Alcmena: Zeus se convirtió en el vivo retrato de Anfitrión, esposo de Alcmena y rey de Tebas, para poder usurpar como marido la compañía de la gentil reina Alcmena. La treta funcionó a la perfección, y de tal amor surgió nada menos que Heracles, el Hércules de los romanos, el más poderoso héroe de la antigüedad, el héroe que fue capaz de realizar los más prodigiosos trabajos, que se le impusieron como pruebas sucesivas.

Antíope: La hija del rey Nícteo de Beocia. Para esta ocasión Zeus se hizo pasar por un modesto pero erótico sátiro y el encantamiento hizo el oportuno efecto. No hay que confundirla con su homónima Antíope, reina de amazonas y esposa del gran Teseo.

Calisto: Diana, la diosa cazadora de los romanos, hija de Júpiter, tenía en alta estima a la gentil ninfa Calisto, pero Juno no compartía esta opinión y, como esposa celosa de Júpiter, convirtió a la muy bella ninfa en osa; Júpiter, conmovido, hizo que la madre y el hijo de su unión pasaran a ocupar un puesto privilegiado en el cielo, como Osa Mayor y Osa Menor.

Ceres: Ceres es la Deméter de los latinos, hija de Saturno y Cibeles y, por tanto, hermana de Júpiter. Los lazos de sangre no evitaron que surgiera un apasionado amor entre ambos.

Climena: Una esposa más de la larga lista de matrimonios del alegre Zeus, con quien tuvo a Atlas, aquel gigante condenado a soportar el peso de todo el firmamento sobre sus espaldas.

Dánae: La historia de la seducción de Dánae es una de las más hermosas del abultado historial del dios transfigurado. Dánae era hija del rey de Argos, de Acrisio, quien había sido avisado por un oráculo de que sería muerto por su propio nieto. Para intentar -vanamente, como es lógico- torcer la voluntad del destino, decidió poner fuera de toda posibilidad de galanteo a su hija. Así hizo, encerrándola en una torre de bronce, o en una cueva, según las distintas leyendas. Zeus, excitado sin duda por la dificultad, se transformó en una sutil lluvia de oro y consiguió su propósito, engendrando al buen Perseo quien, a la postre, sería causante involuntario de la muerte de Acrisio, al lanzar la jabalina, que, en lugar de probar la fuerza y destreza del joven, afirmaría el poder de los oráculos y la inexorabilidad del destino, utilizándole a él como un simple vehículo mortal de las decisiones del Eterno.

Deméter: Diosa de la agricultura en el panteón griego, como lo fue Ceres en el romano, esposa de Zeus, además de hermana del Dios y de otra de sus esposas, la celosa y vengativa Hera, Deméter representa el culmen de la unión (permitida siempre a los dioses y a los héroes) incestuosa por excelencia. Perséfone, la Proserpina de los romanos, nació de este amor.

Dione: Una ninfa hija de Urano u Océano y Tierra o Tetis, de quien se enamoró en su día Júpiter ardientemente y dio paso a otra grandiosa y gozosa divinidad, Venus, nacida de su seno en algunas de las versiones latinas, que preferían tener a la diosa de la belleza y el amor tenida en un romance, antes que verla como surgida por accidente de una castración del padre por el hijo.

Egina: Otra ninfa, esta nacida de un río de Beocia, del Asopo. Júpiter tuvo que ingeniarse un nuevo aspecto para eludir la celosa vigilancia del padre, pasando a ser una llama, tan ardiente como su pasión por la hermosa niña. El amor se dio a conocer de la manera más natural, en forma de dos varones: Eaco y Radamanto. Tras la pasión y la correspondiente maternidad, Júpiter se portó como un caballero, haciendo que la ninfa tomara la forma de isla para evitar el inminente castigo de su airado y decepcionado padre.

Eurinome: Otra madre de hijas famosas, Eurinome tuvo a las tres Cárites (las tres Gracias para los latinos), Eufrosina, Talía y Aglaya, con la incomparable ayuda de Zeus. Ella, nacida de la unión de Océano y Tetis, hermana -por tanto- de Dione, según buena parte de las leyendas, consiguió la felicidad eterna con esta unión amorosa.

Europa: El rey Agenor de Fenicia estaba muy orgulloso de la belleza y de los muchos dones de su hija Europa, tanto que Zeus debió enterarse y eso fue el acicate o la mínima excusa, que apenas necesitaba el fogoso dios para lanzarse a conseguir el objetivo femenino del momento. Convertido en toro, Zeus arremetió contra el grupo de jóvenes doncellas que rodeaban a Europa en su baño y pudo hacerse con la hermosa joven, a la que montó en su lomo y llevó hasta la isla de Creta. En la isla mediterránea, tras haber cruzado las aguas de un modo poco convencional, Zeus y Europa vivieron apasionado romance y de esta unión nacerían tres hijos: Minos, Sarpedón y Radamanto, quienes serían jueces de los infiernos.

Hera: Celosa y poco amiga de bromas extraconyugales, puesto que Hera debía llevar a rajatabla su personalidad oficial de divinidad del matrimonio, Hera ocupa un lugar preferente entre las grandes esposas de Zeus, de quien también fue hermana, puesto que no sólo está unida en matrimonio, sino que se convierte en la mujer inquisitiva por excelencia, persiguiendo al veleidoso marido sin tregua: descubriéndole en todas sus infidelidades y sacándole los colores cuantas veces haga falta. Zeus y Hera se casaron en un mes de Gamelión, según dice la tradición, y ese era el mes invernal y matrimonial por antonomasia de los matrimonios en la Grecia clásica, al menos en palabras de Hesíodo, quien era más preciso, ya que apuntaba al día cuatro del mes como día perfecto para el himeneo, sin duda porque habría averiguado, con rigor, que tal sería la fecha del desposorio de los dioses, de ese matrimonio con la diosa del matrimonio, y esposa tan exigente para un dios tan libertino, pero animador de las tertulias y compadreos del Olimpo.

IO: Inaco era otro rey de Argos, como lo fue Acrisio, el padre infortunado de Dánae. También como él, Inaco tuvo la mala fortuna de contar con la bendición de una hija hermosa, tanto que Zeus terminó por enamorarse de ella y hacerla amante. Hera, que no estaba dispuesta a ser la comidilla de los cielos, se propuso interrumpir los devaneos de su marido con la terrenal belleza y el dios pergeñó una idea de las suyas para ocultar las formas comprometedoras de la gentil princesa, que pasó a ser vaca. Terminado el encanto de la aventura, Zeus dejó la vaca a un gigante, a Argos, para que se ocupase de la criatura y siguió su camino habitual. A pesar del desprecio celestial, los griegos fueron subiendo de categoría a la hermosa Io, y terminaron por hacer de ella una deidad de la Luna, en paralelo con otras mitologías, especialmente con la egipcia, que gozaba de merecida fama y consideración. De este amor nació Epafo.

Juno: Juno es la versión romana de Hera. Con ella como patrón, los latinos hicieron también a una de las esposas principales de Júpiter, hija de Saturno y Cibeles, deidad de primera línea de los cultos públicos y celosa inquisidora de las ausencias sin justificar de su infiel y divertido marido, el colosal amador Júpiter, rey del rayo, del trueno y, sobre todo, de la pasión rápida y espectacular.

Leda: Leda estaba casada con Tíndaro, rey de Esparta, y su matrimonio discurría con normalidad y sin sobresaltos. Al menos, hasta que se presentó ante la bella Leda un no menos hermoso cisne. La joven esposa se dejó embelesar con la graciosa ave, que no era otra cosa que un zoomórfico disfraz del rey del carnaval erótico, el siempre agudo y astuto Júpiter. De nuevo, Júpiter obtuvo en su romance el éxito deseado y de esa unión la pareja no tuvo hijos, sino huevos: cuatro, para ser más exactos, y estos huevos se abrieron para dar vida a Cástor y Pólux por los varones y a Helena de Troya y Clitemnestra.

Letona: Esta divinidad, hija de un titán -Ceo- y de la buena Feba, también tuvo amores con Júpiter, y esos amores clandestinos y fuera del estricto círculo olímpico fueron motivo más que suficiente para que la celosa y airada Juno la emprendiera contra Letona. La rivalidad se hizo famosa y terminó por convertirse en nota definitoria por excelencia de la atractiva dama Letona.

Maya: Una de las siete hijas de Atlas, de esas pléyades que eran nietas del mismo Zeus. Sin reparar en detalles de parentesco, Zeus tuvo relaciones íntimas y satisfactorias con Maya y, desde luego, una legendaria descendencia, el gran Hermes. Maya, con sus hermanas, fue perseguida por el gigante y guerrero Orión y se salvó del acoso al ser convertida por el Cielo, con sus hermanas, en estrella, formando el grupo que mantiene para siempre el nombre de Pléyades. Esta Letona fue también conocida con el nombre de Leto, nombre compartido con un dios de la luz y la verdad, encarnado en el Sol.

Menalipa: Otra ninfa más en las noches románticas de Zeus. Con ella tuvo el divino rey de los cielos un hijo también con atributos meteorológicos como él: Eolo, divinidad de los vientos.

Mnemosina: Como su nombre hace suponer, Mnemosina era la diosa de la memoria, hija de Urano y Gea, los dioses fundadores de la gran dinastía mitológica olímpica, y tía de Zeus por parte de padre y madre, ya que Cronos y Rea eran hermanos de Mnemosina. De la unión nacieron las nueve Musas, las maravillosas deidades protectoras de las artes: Calíope, de la elocuencia y la épica; Clío, de la historia; Erato, de la elegía; Euterpe, de la lírica y la música; Melpóneme, de la tragedia Talía, de la comedia; Terpsícore, de la danza; Urania, de la astronomía, y Polimnía, del canto sagrado.

Semele: Hija de Cadmos, un rey de Tebas que sembró a sus propios súbditos, utilizando como semilla propicia los dientes de un dragón. Con Semele, Zeus tuvo a un simpático y popular dios de la vegetación y, sobre todo y antes que nada, del vino y su euforia, Dioniso (el Baco de los romanos), del que siempre su madre estuvo orgullosa, pues la salvó de las tinieblas del Averno y la transportó al Olimpo, cosa que su poderoso amante Zeus no hizo o no quiso hacer.

Taigeta: Una dulce y bonita Pléyade, hija de Atlas y Pleyona, hermana de Alción, Astérope, Celeno, Electra, Maya y Mérope, con la que Zeus mantuvo un romance pasajero, dentro de su habitual coqueteo con estas deidades menores, más mortales que divinas, pero con características sumamente atractivas a los ojos de los humanos y de los divinos miembros del Olimpo. También esta pasión tuvo su fruto: Amidas, el héroe de Laconia.

Temis: La hermana mayor de Cronos, padre de Zeus; tía y segunda esposa de nuestro dios y madre de divinidades temibles por su implacabilidad con los pobladores de la tierra, al llegarnos la hora final. Temis es también la diosa de la justicia y responsable de todas las leyes y normas laicas y religiosas que todos los humanos hemos de cumplir para vivir en armonía con los dioses y con nosotros mismos. Temis es la madre de las Horas y de las Parcas.

Hera

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Hera, diosa de la guerraLa fuente originaria para conocer las relaciones de la diosa Hera con todos los demás dioses y diosas del Olimpo será el gran cantor Homero.

Este nos explica que la diosa Hera, "la de los grandes ojos", es una deidad que tiene el mismo linaje que el poderoso Zeus, y que fue engendrada como la más venerable y que, además, se convirtió en esposa del rey del Olimpo.

La diosa Hera estaba considerada como la reina del Olimpo y, según cuenta el gran narrador Hesíodo, era hija del titán Crono y de Rea, diosa de la tierra.

Mas sus peculiaridades y características abarcan aspectos de todo tipo. Muy especialmente se suele criticar a esta diosa su excesiva terquedad, su crónico malhumor y su actitud celosa e intransigente ante los amoríos de su esposo Zeus. Claro que, si sucediera lo contrario, si ésta pagara al rey de los dioses y de los hombres con la misma moneda, habría que ver la furia que tal acción desencadenaría en aquél. Pero la fábula se resuelve de este modo arbitrario que consiste, como ya sabemos, en hacer libres a unos a costa de la sumisión de otros.

Lo cierto es que los amores e idilios de Zeus colmarían la paciencia del más pintado, por así decirlo. Sus correrías llegan a tales extremos que hasta podríamos hablar de sofisticación. Reparemos, si no, en la artimaña utilizada por aquél para adentrarse en los dormitorios ajenos, cual es el caso de su transformación en lluvia de oro para, así, introducirse en la torre donde se hallaba recluida Dánae -la bella hija del rey de Argos y Eurídice-, porque un oráculo consultado por su padre había predicho que éste moriría a manos de un descendiente suyo.

Efectivamente, su nieto Perseo, nacido de la subrepticia unión de Zeus y Dánae, mataría, bien que de manera accidental, a su propio abuelo, las afirmaciones del oráculo se cumplieron con creces.

En otra ocasión, la hermosísima Alcmena, hija del rey de Micenas, fue víctima de engaño por parte de Zeus, el cual, con ocasión de una larga ausencia del marido de Alcmena, tomó su propia forma y figura y logró así seducir a la bella muchacha. De esta unión nacería el gran héroe Hércules. Se dice que Alcmena murió siendo ya muy anciana, y que su cuerpo yace en los Campos Elíseos, pues así lo quiso Zeus en agradecimiento a los favores que de ella recibió.

El dulce sueño

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Hera y Zeus. Amor y odioNo es de extrañar que Hera, la primogénita femenina de Cronos y Rea, mostrara un talante hosco ante las correrías de su lujurioso esposo. Y esto ha sido aprovechado por los detractores de la diosa para tacharla, cuando menos, de irascible.

Todos los mitólogos acusan a la diosa de intransigencia y rencor, sin embargo no cabía más alternativa que plantarle cara al poderoso Zeus. De este modo, acaso podrían conseguirse resultados tendentes a la enmienda de su conducta para con Hera.

Pero, puesto que Zeus era el más grande de los dioses, y como además, todas las demás deidades le debían respeto y obediencia, no era fácil encontrar aliados contra los desmanes que infligía a su propia esposa, aunque todos coincidían en que la causa era justa.

A menudo, Hera recababa la ayuda de otros dioses del Olimpo para contrarrestar, y evitar, la infidelidad de Zeus. Más nadie se atrevía a engañar al rey de los dioses y de los hombres. Unas veces solicitaba la ayuda del Sueño para que adormeciera al rey del Olimpo y otras recurría al consejo de la dulce Venus con la intención de plagiar sus encantos, y, así, someter afectivamente al lúdicro y libidinoso dios.

Homero nos lo describe en "La Ilíada" de la forma lírica siguiente:
"Hera dejó en raudo vuelo la cima del Olimpo y pasando por la Pieria y la deleitosa Ebatia, salvó las altas y nevadas cumbres de las montañas donde viven los jinetes tracios, sin que sus pies tocaran la tierra; descendió por el Atos al fluctuoso mar y llegó a Lemnos, ciudad del divino Toante. Allí se encontró con el Sueño, hermano de la Muerte; y asiéndole de la diestra, le dijo estas palabras: "!Oh Sueño, rey de todos los dioses y de todos los hombres!. Si en otra ocasión escuchaste mi voz, obedéceme también ahora, y mi gratitud será perenne. Adormece los brillantes ojos de Zeus debajo de sus párpados, tan pronto como, vencido por el amor, se acueste conmigo. Te daré como premio un trono hermoso, incorruptible, de oro; y mi hijo Hefesto, el cojo de ambos pies, te hará un escabel que te sirva para apoyar las nítidas plantas, cuando asistas a los festines".

Respondió le el dulce Sueño: "!Hera, venerable diosa, hija del gran Cronos!. Fácilmente adormecería a cualquier otro de los sempiternos dioses y aun a las corrientes del río Océano, que es el padre de todos ellos, pero no me acercaré ni adormecer a Zeus (Júpiter) si él no lo manda".

Amor y sueño

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Hera, diosa de la mitologia griegaAunque la negativa del Sueño parece tajante, sin embargo, Hera lo convence usando de su perspicacia. Se daba el caso, y era un secreto a voces, por así decir, que el Sueño pretendía con insistencia a la bella Pasítea -la más joven de las tres Gracias (Cárites)- y, por su posesión, el Sueño haría cualquier cosa. Hera le prometió que sus deseos serían satisfechos. El Sueño se lo hizo jurar: "Jura por el agua sagrada de la Laguna Estigia, tocando con una mano la fértil tierra y con la otra el brillante mar, para que sean testigos los dioses subtartáreos que están con Cronos (Saturno), que me darás la más joven de las Cárites (Gracias), Pasítea, cuya posesión constantemente anhelo".

Hera cumplimentó los requisitos exigidos por el Sueño y juró poniendo por testigos a todos los dioses que éste le había obligado nombrar. En lo sucesivo, la diosa se comprometa a interceder, ante la bellísima Cárite, a favor del desalado Sueño.

Pero, antes de que el poderoso Zeus fuera vencido por el Sueño, era necesario, además, que las mieles del amor de Hera contribuyeran a incrementar el estado de sopor de aquel. Para ello, la sagaz diosa pidió a Venus "el amor y el deseo con los cuales rindes a todos los inmortales y a los mortales hombres". La diosa del amor, la "risueña Venus", accedió al ruego de Hera, la de "los grandes ojos" y, acto seguido, se "desató del pecho el cinto bordado, que encerraba todos los encantos: hallábanse allí el amor, el deseo, las amorosas pláticas y el lenguaje seductor que hace perder el juicio a los más prudentes. Púsolo en manos de Hera y pronuncio estas palabras: Toma y esconde en tu seno bordado ceñidor donde todo se halla. Yo te aseguro que no volverás sin haber logrado lo que te propongas".

Sueño y amor unidos todo lo pueden y conquistan, y hasta el rey del Olimpo, el gran Zeus, cae en la meliflua tela tejida con tales ingredientes por su esposa Hera. Mientras aquél dormía plácidamente, "vencido por el sueño y el amor y abrazado con su esposa", un fiel emisario de ésta corría veloz hacia las naves de los aqueos para avisar a Neptuno -el dios de las aguas- que tomara parte en la batalla librada entre los hombres. Este mensajero no era otro que el dulce "Sueño" intentando cumplir con su promesa hecha a Hera: "El dulce Sueño corrió hacia las naves aqueas para llevar la noticia a Neptuno, que ciñe la tierra; y deteniéndose cerca de él, pronunció estas aladas palabras:
!Oh Neptuno! Socorre pronto a los dánaos y dales gloria, aunque sea breve, mientras duerme Zeus, a quien he sumido en dulce letargo, después que Hera, engañándole, logró que se acostara para gozar del amor".

El Pequeño Genio de la "Fuente del Olvido"

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Genio de la mitologia griegaAl "Sueño", también se le denominaba "Hipno" y aparecía relacionado con la "Noche" -Nix- y con la "Muerte" -Tánato- Olimpo, ni héroe, sino un pequeño genio que, como él mismo afirma en su respuesta a la diosa Hera, ya no se atreva a burlar al poderoso Zeus, pues siempre le había descubierto al despertarse y, por miedo a ser blanco directo de su ira, se había tenido que refugiar apresuradamente en las tinieblas oscuras de la Noche.

El Sueño (Hipno) habitaba en una caverna profunda y oscura, y en la que no podían penetrar los rayos del sol. Según las leyendas de los más insignes cantores de mitos, esa oscura cueva albergaba además otros espectros y duendes que hacían de servidores de aquél. También tenían como misión salir al exterior de la gruta para visitar a los humanos y, así, contagiarles de su mágica función, es decir, dormirlos.

Los dominios del "Sueño" y sus servidores y acompañantes se extendían por la vasta región del legendario país de Lemnos. Aquí nacía la mítica fuente de Lete bien llamada "Fuente del Olvido" porque todos los que bebían de sus aguas perdían la memoria y se olvidaban de su vida anterior y de su pasado. Su voluminoso caudal formaba un río que discurría por las profundidades del Tártaro y del que bebían las almas de los muertos para olvidarse de las penalidades antiguas y nuevas.

De este modo, los grandes mitólogos han establecido una íntima relación entre el sueño -ausencia de conciencia, por así decirlo- y la muerte como símbolo fehaciente del total olvido.

La iconografía de todos los tiempos representaba al Sueño (Hipno) como un joven alado, cuya figura llevaba una rama con la cual los humanos eran tocados para producirles un sueño profundo. Las alas se hallaban colocadas a la altura de las sienes, y eran semejantes a las de los pájaros nocturnos, como los búhos y las lechuzas, de forma tal que su vuelo apenas era perceptible para el oído humano. Y, así, el Sueño (Hipno), venía silencioso y se alejaba sin ruido.

La Diosa de los Niveos Brazos

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Diosa de la nieveComo hemos podido apreciar, suele resaltarse el papel vengativo de la diosa Hera y, aunque se la reconoce un preponderante papel entre los demás dioses del Olimpo, sin embargo, su prestigio no es aceptado por completo, en ocasiones, a causa de las acaloradas disputas con Zeus.

No obstante, la diosa Hera compartía, al menos formalmente o, por así decirlo, de manera protocolaria, el trono del Olimpo con el poderoso Zeus. Claro que, a veces, se perdían las formas y discutían entre ellos sin importarles ni las críticas ni los comentarios de los demás moradores del sagrado y mítico monte. Cuando Hera asistía a las reuniones celebradas en el utópico Olimpo, los dioses que se hallaban presentes se levantaban para honrarla por hacer acto de presencia ante ellos. "Los dioses inmortales, que se hallaban reunidos en el palacio de Zeus, levantárnosle al ver llegar a Hera, la diosa de los níveos brazos, y le ofrecieron copas de néctar. Y Hera aceptó la que le presentaba Temis, la de hermosas mejillas, que fue la primera que corrió a su encuentro".

En cierta ocasión Hera y Zeus discutieron sobre cuál de los dos le daba más importancia al afecto y al amor. Como no se ponían de acuerdo - puesto que según la primera, ella, como hembra, sabía mucho más del amor que cualquier otro dios, y según el segundo, son los varones quienes más conocimientos afectivos desarrollan y poseen-, decidieron someterse al juicio del, por entonces, prestigioso adivino y sabio Tiresias. Como éste diera la razón a Zeus y, por lo mismo, desautorizara el criterio de Hera, le sobrevino un castigo infligido por la diosa que consistió en privarle de la vista. Al ciego Tiresias le fue dado por el poderoso Zeus, y para contrarrestar su desgracia, el don de la profecía y la adivinación; de esta manera, parte del mal causado por la vengativa Hera quedaba reparado.
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